la protagonista de
No sé si me dejo cosas en el tintero. Probablemente sí, pero es que lo bueno, se da en pequeñas dosis...
Me atusé el pelo delante de aquel espejo empañado y miré mi ropa una vez más. Llevaba cuatro días sin salir del hospital y sentía que tenía que cambiarme cuanto antes. Los pantalones negros cada vez tenían más manchas y la blusa blanca apestaba a sudor. Giré sobre mis tacones bajos de aguja cuando escuché el sonido de la alarma que indicaba que las puertas del ascensor se habían abierto.
Salí de él con decisión, escuchando el repiqueteo de mis zapatos hasta llegar a la habitación de Julieta. Me sequé las lágrimas por el camino y con el dedo índice me extendí el poco maquillaje que quedaba en mi rostro para tapar el reguero blanquecino que dejaba mi llanto por mis mejillas.
Las enfermeras me miraban desde sus ocupaciones con lástima, a pesar de que les había dicho en un par de ocasiones que no lo hicieran, parecía que no lo podían evitar. Con esta semana, ya serían cuatro las que llevaba postrada en la cama sin un diagnóstico esclarecedor. Todo sucedió muy rápido. La música del coche estaba más alta de lo que debía y no me di cuenta de que tenía una cola de coches detrás, esperando que avanzara después de que el semáforo se pusiera en verde.
Julieta cantaba su canción favorita en un idioma que solo ella entendía y yo bailaba con ella ladeando la cabeza sin perder de vista la carretera. Un niño de no más de doce años cruzó, a pesar de que no había ningún paso de peatones para hacerlo. Iba con su monopatín y unos cascos por los que, supuse, estaba escuchando música. Frené en seco, haciendo sonar las ruedas quemadas con la calzada. Miré asustada el asiento trasero para ver si Julieta estaba bien. Seguía cantando en un susurro. Segundos después, el morro de un coche había colisionado contra el mío.
Julieta no despertaba.
Parecía que después del accidente todo iba bien. Yo no había sufrido daño alguno y Julieta solo tenía un simple temblor en las extremidades. Sabía que tendrían que hacerle una exploración a fondo para detectar si había algún daño, sobre todo en su sistema locomotor, pero nunca se me pasó por la cabeza que todo eso duraría tanto tiempo.
Una enfermera que había tenido aquel día un turno especial, me había concedido el favor de quedarse con la niña el tiempo suficiente para tomarme un café. La comida que servían no me gustaba, por lo que llevaba casi todo ese tiempo sin comer. Había perdido bastante peso y el pantalón podría llegar a caerse de mi cintura de un momento a otro, pero no me importaba en absoluto.
—¿Todo bien, Martina?
«En ese mismo momento, supe que mi única intención era conseguir lo que tenía entre manos. Me daba igual morir en el intento, pero lo que me propongo, lo consigo, aunque la vida se me vaya en ello».Lucinda y Gerpelin llevan más de cien años desaparecidas, mucho menos que Lilian, y los elementos para tenerlo todo bajo control están en paradero desconocido. El dios de la luna está detrás de todo y solo su derrota traerá consigo la libertad de su pueblo. Dafne será la elegida para acabar con la maldición que agita Polin. Para ello, contará con la ayuda de Marlfield, un desconocido de una familia enfrentada que le hará cambiar la percepción de su mundo y un enemigo que aún no conoce.Nada es lo que parece y todo lo que aparentemente es fácil estará manchado por deudas de sangre.
Roma García (Sevilla) nació el mismo día que Juana de Arco, aunque con unos cuantos siglos de diferencia. Amante de las letra desde pequeña, se animó a escribir su primera novela con diecisiete años y, a partir de ahí, no ha podido dejar de crear. Defensora de la tortilla con cebolla y el nesquick, pasa las tardes viendo películas de terror o de Disney; no tiene término medio. Aunque también puedes invitarle a ver un partido de fútbol, porque estoy segura de que te dirá que sí. Actualmente tiene cuatro novelas en el mercado: «Solo si es contigo», «Las mariposas de tu luna», «Si no te marchas» y «El arte de amarte»